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sábado, 11 de abril de 2009

El Collar del Neanderthal

Nos hemos quedado solos en el mundo. No hay especie animal que se parezca verdaderamente a la nuestra, ya que somos únicos. Un abismo nos separa en cuerpo y sobre todo en mente del resto de las criaturas vivientes. Ningún otro mamífero es bípedo, ninguno controla y utiliza el fuego, ninguno escribe libros, ninguno viaja por el espacio, ninguno pinta cuadros, y ninguno reza. Y no se trata únicamente de una cuestión de matiz, sino de todo o nada: es decir que no hay animales que sean medio bípedos, hagan pequeños fuegos, escriban frases cortas, construyan rudimentarias naves espaciales, dibujen un poco o recen de vez en cuando. Si somos tan diferentes del resto de los mamíferos, ¿quiere eso decir que llevamos mucho tiempo evolucionando por separado? En absoluto. Nuestra estirpe no es, ni muchísimo menos, de las más viejas: no pasa de unos escasos cinco o seis millones de años. Por aquel entonces se separaron las líneas que dieron lugar a los chimpacés por un lado y a nuestra especie por el otro. La escisión de la línea de los gorilas se produjo muy poco antes. ¿Cómo se explica entonces el profundo foso que nos separa de las demás criaturas? La respuesta es doble: por un lado, en algunas características hemos evolucionado muy deprisa, cambiando mucho en poco tiempo; por otro lado, todas las formas intermedias entre nosotros y los chimpacés han desaparecido.

Un cuerpo sin mente
Las aves están aisladas de los demás vertebrados desde que hace 65 millones de años una gran hecatombe acabó con todos los dinosaurios o, si se prefiere, con los dinosaurios que no eran aves. Sin embargo, nuestro aislamiento es mucho más reciente, porque todavía éramos antropomorfos hace 7 millones de años; en realidad aún no éramos nada, porque por aquel entonces no se habían producido las dos ramificaciones sucesivas que separaron las líneas de los gorilas, los chimpacés y los humanos.
Pero si el estudio de los cuerpos sin mente nos enseña cuál es nuestro lugar entre los primates, también nos muestra que somos diferentes de nuestros más próximos parientes, los chimpacés, porque nosotros somos bípedos y ellos cuadrúpedos, y todo nuestro cuerpo y nuestro esqueleto reflejan esa diferencia en la locomoción.

Hombres-mono
Entre los chimpacés y el hombre aparecen cuatro nuevas especies: Ardipithecus ramidus, Australopithecus anamensis, Australopithecus afarensis y Australopithecus africanus. Ninguna de ellas existe hoy en día, porque desaparecieron hace más de dos millones de años. Las cuatro son especies de homínidos, es decir, que pertenecen a nuestra propia línea evolutiva o estirpe, ya que son posteriores a la ramificación que separó nuestro destino evolutivo del de los chimpacés.
No cabe esperar que los chimpacés fósiles vengan a rellenar el foso que nos separa de sus descendientes vivos, por lo que no son importantes en esta discusión: nadie cree que haya habido en el pasado chimpacés más bípedos o más inteligentes que los actuales. Lo que se necesitan son formas de algún modo intermedias, "eslabones perdidos" en la retórica tradicional, o dicho aún más crudamente: "hombres-mono".

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